13 de octubre de 2009

0008- TRAS LOS PASOS DEL PAPA LUNA

Tengo una especie de fijación por este personaje. No sabría decir por qué, pero todo cuanto le atañe me fascina.
Como ya relato en mi entrada "Historia y Leyendas del Papa Luna", he visitado el palacio-fortaleza natal en Illueca (Zaragoza) mansión de la familia materna, los Barones de Gotor y Pérez Zapata, posteriormente Palacio de los Luna; también el Palacio-fortaleza de los Papas de Avignón, en la ribera del Ródano de la Provenza francesa, residencia de los nueve Papas elegidos en esta ciudad pontifical; y por proximidad a mi domicilio he visitado (decenas de veces) el Castillo de Peñíscola, último destino vitalicio de Benedicto XIII.
En algunas de estas visitas y sus pormenores, más desengaños que satisfacciones indican el tiempo trascurrido y las muchas vicisitudes que el mundo ha atravesado a lo largo de los casi 700 años que hace que este ilustre aragonés vino al mundo.
Guerras, incendios y revoluciones de toda índole han destruido y saqueado castillos, entonces inexpugnables, impidiendo a generaciones posteriores poder admirar en detalle los elementos que conformaron la vida diaria de aquellos destacados personajes.


El Castillo Templario de Peñíscola, última etapa de la vida de Benedicto XIII, ha resistido sin grandes problemas el paso del tiempo y los diferentes embates que hubo de sufrir. Aunque con alguna pequeña restauración, su sobriedad y solidez aguantaron no solo las agresiones naturales del tiempo, si no también algunas situaciones de sitio, acompañadas de los consiguientes cañonazos que dejaron huellas inconfundibles y permanentes en sus murallas. Allí permanecen impasibles los espacios que constituyeron la habitación y despacho del Papa Luna, así como el gran salón donde tantas delegaciones recibió con peticiones de abdicación, siempre acompañadas de tentadoras propuestas de readmisión en la Iglesia y sustanciosa retribución, anual y vitalicia, de 50.000 florines de oro. Seguro de la más absoluta legalidad de su cargo, el mismo número de veces se escuchó la misma respuesta de su parte: Non possumus. (No podemos)

Permanece presente la famosa escalera excavada en la propia roca del acantilado, origen de tantas leyendas y los profundos calabozos donde se encerró a quienes le envenenaron, la Torre cuya construcción ordenó él mismo y desde la que oteaba el horizonte que le permitía adivinar Roma en la lejanía, así como la capilla en la que diariamente rezaba y en la que a su muerte fué enterrado.
También el Castillo-palacio de los Papas de Avignón se mantiene majestuoso.
Aunque practicamente destruido en varias ocasiones e incendiado, tras una conveniente restauración, permite disfrutar al curioso visitante de una espectacular imagen exterior, idéntica a la que sus nueve Papas observaron cada día durante aquella convulsa etapa de la cristiandad.

Pero si la fachada y murallas del Palacio son espectaculares, no menos interesante es el interior ya que, si bien no queda practicamente nada del mobiliario y de los lujosísimos ornamentos con que los Papas se rodearon, sí que podemos admirar las diferentes salas que éstos utilizaban cada día. Dependencias personales de los cardenales y del propio Papa, salas de reuniones y cónclaves, grandes salones donde se recibía a los reyes y legados de los más lejanos paises, etc., constituyen la parte esencial de una visita que, acompañada de una completa audio-guía, ponen al visitante en situación y al corriente de todos los pormenores en cada una de las estancias y elementos visitados.
Impresiona pasear por aquellos mismos espacios, que tan reducido número de personas pisaban en los días en que los más grandes dignatarios de la Iglesia habitaban el Palacio: la habitación personal del Papa, su antecámara y vestidor, al que solo sus más directos servidores y cardenales más allegados podían acceder...

No es difícil imaginar a los diferentes personajes deambulando por aquellos interminables pasillos y escaleras. Allí están los retratos de los nueve papas, cada uno de ellos con su escudo personal en un pequeño rincón del lienzo. El último de ellos, Benedicto XIII, en plena madurez pero relativamente joven, lo que indica que fué pintado al poco tiempo de tomar posesión del pontificado.
De la misma forma, el Puente de Saint Benézet, nos permite imaginarlo como única forma de cruzar un entonces indomable Ródano que tantas veces lo destruyó, así como su capilla dedicada al santo y en la que los Papas rezaban cada una de las veces que cruzaban por él. La capilla tenía un pequeño porche exterior donde se cobijaba el funcionario encargado de cobrar "el peaje" que todos habían de satisfacer por atravesarlo. Como en el Palacio de los Papas, una audio-guía, nos da detalles completos de cada uno de los elementos que conforman la visita y de todos cuantos pormenores puedan interesar al visitante.

Todo lo relacionado con el polémico Papa Luna fué extraordinario y su longevidad y "cabezonería" lo aumentaron más si cabe. Si se accede a la "Historia y Leyendas del Papa Luna" se da uno cuenta de que, cuando la Iglesia quiso atajar el problema del Cisma de Occidente, Benedicto XIII era la única autoridad viva y legal de la cristiandad . Sin embargo, de nada le valió puesto que los intereses de reyes y cardenales eran otros. Como en tantas ocasiones de la vida, no siempre es la razón la que prevalece. No todos los criminales están en la cárcel, ni todos los que están en ella son criminales. No todo es blanco o negro... hay muchos matices intermedios.

EL ÚLTIMO CONDILL

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