1 de diciembre de 2009

0019- LOS GUATEQUES DE LOS 60

Decir "años 60" es lo mismo que decir que hacía solo 20 años que había finalizado la Guerra Civil española y que la miseria todavía rondaba por la mayoría de las casas de nuestro pueblo, como supongo que ocurriría también en los demás.
- Mira tu casa y verás la del vecino -decía mi padre.
Hablar de "los 60" y decir 61, 63, 65, es como decir que quien escribe tenía 12, 14 o 16 años. Finalizando la etapa escolar y empezando a sentir la necesidad de relacionarme con las chicas.
Aunque todo entonces era muy inocente... la naturaleza es la naturaleza.
Si algún joven de hoy lee este artículo se burlará sin duda de la época, de quienes la vivimos y especialmente de quien lo escribe, pero las cosas eran entonces como eran y no como los jóvenes hubieramos querido que fuesen.
Una fuerte represión política y eclesiástica lo disponía todo y las autoridades se encargaban a diario de recordar a la ciudadanía quien mandaba y que era lo que se esperaba de cada uno de nosotros; siendo nuestros padres, además, el obligado altavoz de aquellos. La miseria general y los miedos dificultaban el despertar de la juventud y ralentizaban el bienestar común.

Como he dicho anteriormente, hay cosas que no cambian jamás.
Aunque con disimulo y a una cierta distancia, a los doce años también empezábamos a mirar a las chicas, como ha sido siempre, solo que...
Por mucho que te gustara una chica y por mucho que ella compartiera tus gustos, hasta cogerla de la mano era un acto mal visto y objeto de murmuración. Pero el "despertar", aunque lento, era inevitable y la naturaleza más pronto o más tarde impone su criterio, que no es otro que la relación entre hombres y mujeres y la continuación de la vida.
El cine era entonces todo un espectáculo para los mayores y lugar de cita obligada para los jóvenes. Que una chica te guardase butaca a su lado lo decía todo y, aunque torpes por la inexperiencia y por la educación represiva que entonces tuvimos, los jóvenes no éramos tontos y sabíamos aprovechar sin duda el más mínimo resquicio para acceder a las primeras vivencias juveniles que la vida nos ha brindado a todos. Todos sabemos de preferir las últimas filas del cine y todos sabemos de ignorar buena parte del argumento de la película, a la salida.

Pero, repito, todo muy inocente... manitas y poco más.
De todas formas, con ser mucho, lo mejor del domingo no era el cine.
Por la mañana, después de misa y en los paseos que tras ella dábamos los jóvenes por las cercanías de la población, se organizaba el "guateque" de la tarde.
Es más, cuando había algún nuevo disco a estrenar, tras el paseo mañanero que quedaba recortado, ya íbamos a la casa del agraciado propietario de la "joya" en cuestión a escuchar la novedad del momento: Los Pequenikes, Adamo, Fórmula V, Los Brincos, Bruno Lomas, Los Sirex, Los Bravos, Los Diablos, Los Mustang y un larguísimo etcétera inundaron aquellos años.
Escuchar el nuevo disco era la excusa para poder bailar un buen rato "pegadito" a la chica de nuestros sueños. Los que no la tenían tampoco dejaban pasar la oportunidad de hacerlo con aquella que se prestase a ello, aunque no hubiera amor de por medio.
Después de tan agradable mañana dominical, poco importaba que al llegar a casa hubiera para comer paella o fideos. Lo importante era la cita lograda con la pandilla de chicas en general y con "tu" chica en particular, para el "guateque" de la tarde. Allí se repetirían con más amplitud los momentos vividos por la mañana.

Comida con prisas y cita en el bar, donde conectar con los amigos para ir a buscar el "pick-up" del agraciado que dispusiera de tan excepcional aparato. Selección de los discos a llevar a la casa de la abuela de turno y a esperar que dieran las cuatro, hora habitual de empezar el "guateque".
Unos minutos antes de la hora convenida (la impaciencia nos impedía esperar a que sonaran las cuatro) nos dirigíamos a la casa en cuestión, donde ya empezaban también a llegar las chicas y se montaba el tocadiscos sobre una silla o un cajón, en la "entrada" de la casa, ya despejada de los útiles agrarios que era el destino habitual de esta pieza de la vivienda.
Como en todas las cosas de la vida, había unos que "comían" y otros que dejaban "comer", es decir: unos que se dedicaban a poner discos y otros a bailar. De estos últimos también había tres clases bien diferenciadas: los que bailaban por que les gustaba hacerlo, los que lo hacían como pretexto para abrazar a las chicas y los que lo hacían por amor a una de ellas, de la que eran pareja exclusiva y a la que abrazaban con un afán superior al que pone un naúfrago al agarrarse al único tronco que flota en el océano.
Su tronco, su mar, su vida... En fin, ¡las cosas del amor!

Después, los de esta tercera clase referenciada, tenían otro premio añadido que era el ir al cine con la chica de sus sueños. Manitas y algún beso furtivo en la oscuridad; toda una maravillosa experiencia, no demasiado conocida por la juventud de hoy, que todo lo tiene desde el primer día... ¡Difícil es que te deleite la comida, cuando el estómago está lleno de forma permanente!... Pero volvamos al asunto de "los 60".
No era solo nuestro despertar juvenil (que también) sino que fue algo espectacular y a nivel mundial. Hasta entonces permanentemente envuelto en guerras y despropósitos, el mundo parecía darse cuenta ¡por fin! que solo había una vida y que había que vivirla de la mejor manera posible. Trabajando, pero disfrutando también. Todos los conjuntos y solistas del momento se encargaban de pregonar el amor y de transmitir la alegría que el mundo necesitaba. Las letras de todas las canciones de entonces llevaban un mensaje común: Amor y bienestar para todos.

La gente, no solo la juventud, entendió el mensaje y en esa maravillosa "Década de los 60" empezó a despertar de la oscuridad que hasta entonces había presidido sus vidas. Como si todo estuviera interconectado "la luz" se expandió por todos los rincones de cada casa y de cada uno de nosotros, de forma generalizada.
Los mayores, de común acuerdo y en una unión hasta entonces desconocida, levantaron calles y construyeron zanjas que contendrían los desagües que permitirían la instalación posterior del agua potable. Se harían los primeros "cuartos de aseo" y en las cocinas se podrían lavar los platos sin tener que tirar el agua sucia a la calle. Pronto desaparecerían las calles de tierra y llegarían los primeros televisores, las neveras eléctricas y las cocinas de gas y, ya para los más privilegiados, las primeras lavadoras siendo este electrodoméstico "el menos necesario", según los comentarios de entonces, puesto que acudir a los lavaderos municipales estaba tan arraigado, que era lugar de cita y tertulia obligada.
- Una máquina no puede lavar bien... -decían las mujeres.

Viviendo casi todos de la agricultura, unos años antes se habían plantado viñas y otros cultivos y la gente empezaba a sacar las primeras cosechas. Todo parecía estar encarrilado hacia la prosperidad que tanto se había añorado y la alegría empezaba a florecer en las familias. Pero, en fin, eso eran cosas "de mayores".
Los jóvenes, casi niños aún (adolescentes en mi caso) teníamos el pensamiento en otra parte: chicas, chicas y chicas, en general. Chica, chica y chica en particular, puesto que el amor había sembrado ya en mí la semilla de tan agradable y al mismo tiempo doloroso sentimiento. Unos días amándonos con locura y al siguiente "de morros" por la más absurda de las nimiedades. Cosa de adolescentes que queríamos jugar a ser mayores, quizás antes de tiempo. Cualquier excusa era válida para hacerte el encontradizo y, para que ello se pudiera llevar a cabo, había que espiar el momento exacto en que la chica, tu chica, fuera a la compra o a recoger agua de la fuente. En principio parecía difícil, pero no lo era tanto ya que ellas, que también deseaban lo mismo, salían a donde tuvieran que ir siempre a las mismas horas. No había que ser un lince para coincidir, que era lo que ellas también querían.

Tampoco nuestros padres habían de ser linces para saber que nuestro interés en hacerles la compra o en llevarles agua a la casa no obedecía a nuestro afán de colaborar en los trabajos del hogar, sino en la de encontrarnos con la persona de nuestros sueños, fuera de los días u horario asignado para ello. Ni unos ni otras podíamos esperar al domingo para vernos o para charlar un rato y durante la semana solo la excusa de hacer una de las labores aludidas era motivo por el cual las chicas salían de casa. Los chicos teníamos más libertad pero... ¿qué es un chico sin chica?
Bueno, aunque he titulado esta entrada como "Los guateques de los 60" no me he explayado demasiado sobre el particular, pero es que tampoco había mucho que decir... ¡Era todo tan simple y tan inocente!. El Twist, la Yenca, el Mádison y allí en un rincón de la estancia, apartados de la luz de la pequeña bombilla que pendía del techo sin lámpara alguna, otros estábamos esperando (y rogando a quienes ponían los discos) que el siguiente fuera un bolero de Machín o Mis manos en tu cintura, de Adamo... ¡Ay, que tiempos aquellos...!

Solo resta decir a título de curiosidad que ni los discos ni los pick-ups (tocadiscos) caían del cielo; pocos eran los privilegiados que los tenían de forma particular y pocas también las pandillas que disponían de tal aparato en compra común, que conseguían cortando maleza en días festivos, para venderla a las fábricas de cerámica, único combustible consumido entonces en estas industrias para la cocción de sus productos.
En la mayoría de los pueblos y el nuestro no era una excepción, había varios comerciantes-transportistas que se dedicaban a este negocio. Ellos mismos proporcionaban a sus clientes los cordeles (en atados de 25 unidades) y realizado el trabajo te compraban todos cuantos "veinticincos" pudieras haber reunido, siempre con la condición de que la pila de "gavells" fuera depositada "a porte" de camión, es decir: en lugar a donde el camión pudiera acceder para cargarlos.
Esa era la única fuente de ingresos que tenía la juventud para gastos extraordinarios, ya que "la paga" semanal paterna apenas si llegaba para el cine y poco más y otras posibilidades no había entonces.

Nuestra pandilla disponía del Pick-up de "pepe el maquet" pero también cortamos "gavells" en varias ocasiones, con el fin de reunir fondos para alguna cena o evento extraordinario. En lo que a mí respecta, recuerdo que hasta los 18-20 años me daban 25 pesetas (el cine valía 8) y a esa edad, que fue cuando les presenté a mi novia formal, me aumentaron la "paga" semanal a 75 pesetas. No es de extrañar que la novia tuviera que colaborar económicamente para poder acceder a los sitios propios de la juventud. La solución, mi solución, era que me permitían hacer escobas fuera de jornada (de noche y a la única luz de un candil, posteriormente un "carburero", puesto que no había electricidad en el local de trabajo) y la producción conseguida me la pagaban mis padres al mismo precio que al resto de operarios. También por esa época se renovó el censo urbano y estuve durante unos tres meses trabajando para el Ayuntamiento en ese menester. Lo hacíamos entre tres personas: Emilio el alguacil, Juan A. Tomás y un servidor, cobrando a los contribuyentes 75 Ptas. por cada una de sus propiedades.

El reparto era de la siguiente manera: 20 Ptas. para cada uno de los operarios por el trabajo de campo, que hacíamos por las mañanas (medición y toma de datos) y las 15 Ptas. restantes nos las repartíamos a razón de 10 Ptas. para Juan Antonio por realizar el plano de la finca y 5 para mí por mecanografiar la ficha censal. Juan Antonio era mayor y sabía mucho más que yo (había estudiado diez años para cura). Yo no estaba muy conforme con esta última partición, que pretendía a partes iguales, pero el trabajo se realizaba en su casa y tuve que conformarme. Al finalizar el trabajo tenía ahorradas cerca de 20.000 Ptas., un capital que no había visto en mi vida. Naturalmente, entregué a mis padres el jornal (150 Ptas.) de cada uno de los días trabajados y el resto lo dedique a comprarle un anillo de prometida a mi novia (oro de 18 kilates con cinco rubíes) y a ser un joven "normal" que podía pagarle el cine e incluso algún refrigerio añadido. En fin, todo miserias, pero como eran generales se soportaban sin mayor problema. Más o menos todos estábamos igual... ¡igual de pobres!.
Bueno, por suerte, yo entonces ya no tanto...

EL ÚLTIMO CONDILL

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