23 de junio de 2010

0101- MELOCOTONES DE CABANES - La nostalgia de lo bueno.


Cuantas veces hemos visto en un mercado cualquiera y sobre unas cajas de melocotones, un trozo de cartón que, con el trazo de un simple rotulador, decía que su contenido eran "melocotones de Cabanes"...
Muchas, ¿verdad?.
Pues bien, como todos sabemos, pocos (o ninguno) quedan de aquella época de esplendor frutícola de nuestro pueblo puesto que, los que hay, nada tienen que ver con lo que entonces se recolectaba. La razón no es otra que las instalaciones de goteo que ahora permiten a sus dueños conseguir el tamaño y los kilos suficientes para hacer el cultivo rentable. Los melocotones de Cabanes alcanzaron su fama por ser de secano, pero también por la determinadas zonas de excelente tierra adecuada para su cultivo en secano. Tierra arenosa en superficie y agria en el subsuelo, con la que se conseguía el dulzor característico y se mantenía la sazón suficiente para llegar a la maduración sin falta de humedad. 

Claro que entonces llovía más que ahora... Sí amigos, en la actualidad los (pocos) melocotones de Cabanes que llegan al mercado son de regadío como lo son los de Lérida o de cualquier otro lugar. Es probable que quede alguna pequeña parcela de secano, pero no me consta. Los actuales cosecheros de melocotón en Cabanes tienen instalado el correspondiente 
gotero y ni árboles ni fruta sufren la sed, que décadas atrás concentraban su azúcar. Sin embargo eso no impide que los pillos comerciantes exhiban todavía (30/40 años después) cartelitos que indican una procedencia que no es cierta. Es obligado decir que los melotones que actualmente se cultivan en Cabanes, en una producción muy limitada, siguen siendo sin duda los mejores del mercado. Será por la composición de la tierra, por el clima, por un riego limitado, etc. pero la cuestión es que todavía superan con diferencia a los de otras procedencias. Aún así, nada tienen que ver con aquellos que abrieron mercado cuatro décadas atrás. 

Cultivar fruta en secano es prácticamente imposible, en un tiempo en que lo primero que se busca es vistosidad y buen tamaño. Más aún teniendo en cuenta lo poco que llueve con motivo del cambio climático.
Treinta y cinco años atrás, ante la disyuntiva del obligado arranque de las viñas de pie americano que era la totalidad de lo que se cultivaba en nuestra zona, había que hacer algo para seguir ingresando algunas pesetas a la economía familiar. Cinco años antes, cuatro visionarios mal contados y entre ellos quien escribe, ante el escaso precio que se pagaba por la uva decidieron optar por el arranque de las viñas, naturalmente sin percibir indemnización alguna. El resto de agricultores al ver que tras el arranque de las cepas se plantaron frutales, nos tacharon de ilusos por apostar por un cultivo que se presumía inevitablemente de regadío. No estaban del todo equivocados, pero entonces no era como ahora y durante el verano las tormentas regaban con cierta frecuencia nuestros campos. 

Tanto era así que las variedades más tardías que se plantaron en Cabanes (amarillas de Agosto y Calanda) llegaban a la cosecha sin faltarles la sazón.
Cierto es que las plantaciones se habían realizado previo profundo arado de los campos mediante grandes tractores y que la intensa labor tras la plantación y durante todo el año, no dejaba que la sazón se escapara, pero aún así todos teníamos nuestras dudas. Como digo anteriormente los tiempos eran otros y, aparte de llover con más frecuencia, no había plaga ninguna. No se conocía el agusanado de la mosca ni el pulgón verde que años después sería el terror de los agricultores de la comarca. En cuanto a los precios de venta del producto, eran sencillamente increíbles. Exceptuando alguna caja mediocre, las 100 pesetas por kilo era un precio medio habitual y los gastos mínimos. Pesetas del año 1975-80, que eran muchas pesetas. Claro que al aumentarse la producción los precios empezaron a bajar.

Unos años después empezaron a faltar algunas lluvias pero, ante el extraordinario precio de la fruta, pudimos permitirnos el lujo de regar el arbolado con algunas cubas de agua en la quincena anterior a la cosecha, cuando la fruta empezaba a cambiar de color. Solo la diferencia de kilos pagaba sobradamente el escandaloso gasto de esta forma de riego, por lo que las diferencia en precio por el aumento de calibre eran beneficios.
Naturalmente ocurrió lo que siempre ocurre, cinco años después el arranque de las viñas fue obligatorio y los vecinos, conocido el éxito de quienes les precedieron, plantaron masivamente buena parte del territorio con esta clase de frutales. Como es natural, debido a la excesiva oferta, el precio bajó y con él la rentabilidad del cultivo. También los árboles estaban ya exhaustos y un servidor, teniendo otras opciones de ganarse la vida, arrancó sus campos de frutales a los 12/14 años de su plantación. Después siguieron otros y otros y otros más. En la actualidad Cabanes apenas tiene un 10% de tierra bien cultivada, un 40% trabajada a medias y un 50% de fincas abandonadas. 

Los viejos se han muerto o han abandonado el cultivo y los jóvenes no quieren saber nada de un oficio de duro trabajo y nula compensación. En la actualidad todos somos más exigentes y una rentabilidad suficiente debe ir unida a una presentación superior. Nosotros en los años de sequía, para obtener el calibre suficiente realizábamos un fuerte aclarado que mermaba notablemente la cosecha. El agricultor de hoy, como el de siempre, quiere ambas cosas y lo consigue en fincas con agua y montando un moderno goteo y abonos especiales metidos en la misma agua de goteo. Ahora pues, tienen calibre y cosecha pero, como en este mundo no se puede tener todo, les falta el azúcar. Cada época tiene cosas buenas y malas.
Actualmente las cosas buenas son pocas pero, sin duda... ¡las pocas que hay no se distinguen precisamente por ser un apoyo a la agricultura!.

RAFAEL FABREGAT

2 comentarios:

  1. Este artículo me ha llegado al alma. Cuanta razón y que pena.! Ahora son grandes y no saben a nada.

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  2. Así es amiga. Exceptuando los tardíos de Calanda y alguna otra variedad veraniega, los melocotones que hay en el mercado no saben a nada y te cuestan un ojo de la cara. Dinero que naturalmente no va al bolsillo del agricultor, sino al de quienes dominan el mercado hortofrutícola.

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