7 de julio de 2010

0109- CABANES Y LA AGRICULTURA DE POSGUERRA. (1940/60)

Aunque la Guerra Civil no tuvo grandes efectos directos sobre la agricultura, lo cierto es que ésta se sumió en una profunda crisis, relacionada más bien por las políticas económicas del Régimen.
Con la guerra la mayor parte de la tierra cultivada, que alcanzó producciones notables en tiempos republicanos, quedó abandonada y la producción mermó de forma alarmante.
Con esa merma de los alimentos el hambre se instaló en los hogares españoles y solo el racionamiento garantizaba en teoría el abastecimiento general. Sin embargo, como en tantas cosas de la vida, eran los del bando ganador los únicos que lo tenían garantizado.
Los del bando perdedor tenían que mendigar incluso la propia Cartilla de Racionamiento y buscar el apoyo de familiares o amigos, afines al régimen franquista, para que te firmaran y poder así disponer de una cantidad mínima de alimentos.
Quienes tenían algunos posibles podían acceder a las compras de "estraperlo" pero esta fuente de abastecimiento era limitada, debido a que comportaba riesgo de prisión y de la propia vida y los precios eran inalcanzables para la gente humilde.

Había que trabajar a destajo, aceptando cuantos jornales pudieran dar las familias pudientes y al mismo tiempo ir devolviendo la productividad a los campos propios. Sin embargo la escasez de abonos también impedían la productividad de unos campos que apenas si podían fertilizarse con el escaso estiércol producido en el corral de la casa o bien quemando los típicos "gavells" que, a modo de pequeñas carboneras, eran el resultado de amontonar restos de poda o leñas bajas de los montes próximos y que, cubiertos de tierra, la chamuscaban convirtiéndola en fértil. Esto último se hacía en las fincas de ladera, cercanas al monte bajo y el escaso estiércol casero se guardaba para los pequeños bancales de tierra llana donde plantar algunas hortalizas para, al menos, poder llenar el estómago con algunas patatas, unas calabazas, tomates, etc.

Todo era bienvenido entonces y cualquier alimento era esperado y recibido con ansia.
Más que al abandono del campo por la propia guerra, los expertos culpan de esta crisis a la política económica del momento. Según ellos, aunque escasa, había ya maquinaria y abonos para conseguir una rápida productividad que realmente no se produjo. El nuevo gobierno instauró nuevamente la propiedad privada de la tierra y devolvió a sus antiguos propietarios las fincas intervenidas por el pueblo en los años anteriores, encarcelando incluso a algunos de los beneficiados por la reforma agraria que había permitido la ocupación de tierras en época republicana.

El aparato propagandístico franquista culpó de la crisis alimentaria al aislamiento internacional al que fue sometida en principio la dictadura de Franco, pero lo cierto es que el nuevo gobierno optó por una política de apoyo a la industria y abandonó a su suerte al sector agrario. Ni más ni menos que lo que ocurre ahora, lo que ha ocurrido siempre. Se fijaron por decreto los precios de los fertilizantes y los de la producción conseguida pero el mercado tuvo efectos contrarios a los deseados ya que los productores desviaron su producción al mercado negro. El sistema intervencionista fracasó rotundamente y el "estraperlo" se mantuvo activo en tanto el gobierno no cesó en sus políticas controladoras.

Solo el cese de las intervenciones dio lugar a un libre mercado que facilitó el aumento de la oferta y la consiguiente rebaja de precios.
En 1.951 hubo un cambio de gobierno que elevó precios y suprimió buena parte de las normas de intervención.
En pocos años se incrementó la producción y la rentabilidad de la misma, con gran aumento de la superficie cultivada. Pero toda la serie de circunstancias favorables solo incidían en los grandes terratenientes. La mano de obra seguía siendo abundante y barata.
En nuestra zona, totalmente minifundista, los bajos salarios del momento indujeron a todos al trabajo de sus propias tierras y solo se hacían algunos jornales solicitados por algunas familias con algo más de patrimonio. De todas formas el único sueldo que éstas pagaban eran la propia comida del jornalero o el equivalente a la misma.
En muchas ocasiones el sueldo, en una jornada "de sol a sol", era inferior al valor de la hogaza de pan que el empleado necesitaba para poder desarrollar su trabajo. Los pobres, que eran casi todos, sembraban sus escasas tierras con cualquier cultivo, siempre dirigido al propio abastecimiento de la casa y solo los bancales más grandes se destinaban a la siembra de trigo o cebada para la venta posterior.

Lo mismo ocurría con las exiguas cosechas de olivos que se destinaban para el consumo de la propia casa o de algarrobos que eran el alimento de las caballerías. Las almendras eran una cosecha para obtener algún dinero en efectivo pero, siendo árbol que precisa fertilización, la falta de abonos impedía que fuera productivo. El tiempo, actualmente escaso y altamente considerado, tenía entonces poco valor y la falta de abonos se suplía con largas jornadas destinadas a "birbar" los bancales sembrados de cereal. Una forma de conseguir que la escasa fertilidad natural de la tierra fuera absorbida en su totalidad por el producto sembrado y no por las malas yerbas. Las pequeñas azadas y un sol primaveral, algunos días abrasador, convertían este trabajo en uno de los más pesados, solo superado por el de la recolección del guisante, también frecuente en la época.

Espalda doblada durante toda la jornada y un dolor insufrible que reclamaba a voz en grito que aquel suplicio terminara. A media mañana y a media tarde, padres o propietarios del cultivo decían la frase esperada por todos...
- Parem un moment per a fer un cigarro.
- Gràcies a Deu! -decíamos todos en nuestro interior.
Trago de agua del botijo y cigarrillo los fumadores, que se alargaba durante un cuarto de hora, puesto que los cigarrillos apenas existían y todo el mundo tiraba mano de petaca y librito de papel. Una especie de "ceremonia" que alargaba unos minutos más el descanso.
Otro trabajo extraordinariamente duro para la espalda era la poda de la viña. Un trabajo que particularmente me gustaba pero cuyo "disfrute" no impedía que a media mañana ya no supieras como resistir el fuerte dolor de espalda.

Siendo un trabajo más rápido, las mujeres acudían algo más tarde a la viña para recoger los sarmientos o bien los dejaban para otro día, aprovechando para quemarlos después de perdida parte de la savia.
En cierta ocasión, una de esas mujeres "más espabilada que el hambre" apostó con el podador, una hogaza de pan y una lata de sardinas con aceite, que ella terminaría antes el trabajo. La apuesta eran dos filas de cepas (ida y vuelta). El podador la miró pensativo y sabiendo que la poda era anterior a la recogida de sarmientos le aceptó la apuesta sonriente. El podador empezó su trabajo y ella quedó a la sombra de un árbol cercano puesto que la recogida de sarmientos era mucho más rápida que la poda. Cuando lo creyó oportuno (el podador ya casi estaba en la punta contraria) la mujer se puso a recoger las varas de las cepas podadas. Ella iba mucho más deprisa pero el podador dio ya la vuelta en dirección contraria y cuando se cruzaron a la mujer todavía le faltaba recoger un tercio de la primera fila.

El podador al máximo de sus posibilidades y ella tranquila, riéndose de los esfuerzos del infeliz. Llegó ella a la punta y cogió la tira de regreso acortando distancias rápidamente. Pero el podador le llevaba alguna distancia por delante y se acercaba al final de la "tira" de cepas. Apretó la mujer y cuando al podador le quedaban dos cepas la mujer ya estaba recogiendo la anterior. El podador se giro sonriendo sabiendo que siempre iría por delante de ella y ganando consiguientemente la apuesta pero... Cuando fue a cortar las varas de la última cepa y ella ya tenía recogida la anterior (!) se encontró con que los sarmientos de la última cepa estaban unidos en lo alto y atados con un cordel, por lo que no era necesario recogerlos. La mujer terminó el trabajo antes y ganó la apuesta.
No se sabe si el podador traería o no la hogaza y las sardinas al siguiente día, porque con la miseria reinante la cosa no era nada fácil. Naturalmente fue todo una broma sin mayores consecuencias.
En resumen... ¡Cosas de antes!

RAFAEL FABREGAT

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