29 de agosto de 2010

0143- EL INTELECTO (A VECES) FALLA.

Algunos días, nadie sabe por qué, la cabeza no está donde tiene que estar. Cuando esto ocurre yo tengo la costumbre de darle como adjetivo el antónimo de la claridad, o sea, el espesor.
- Montse, cariño -le digo a mi mujer.
- Dime, amor -me responde.
¿Alguien se cree que en mi casa empleamos lenguaje tan fino?. ¡Pues no! pero es que, si quitamos lo de cariño y amor, la frase no queda ni la mitad de bien... ¿A que no?.
Bien, al grano...
Yo, cuando me levanto "espeso" y nada se me ocurre, emulando al célebre Moncho Borrajo con el que, tanto mi mujer como yo, hemos compartido actuación en el Teatro Apolo de Barcelona, le digo:
- Montse, di-me una paraula, la primera que et vingue al cap.
- Ganivet -dice ella.
- Collons! -me digo interiormente alarmado. ¿Como se le habrá ocurrido tal cosa?. Sin embargo, al igual que el amigo Moncho, hay que jugar con lo que hay y lo que hay es la palabra ganivet (cuchillo).

Antes de iniciar la entrada con la palabra pronunciada por mi mujer y que obligatoriamente ha de servir (al menos) como inicio del escrito, quiero aclarar las dudas que algún lector pueda tener con el asunto de "nuestra actuación" en el Teatro Apolo de Barcelona con el célebre monologuista Moncho Borrajo.
Antiguamente las ventas de cualquier producto solían hacerse frecuentemente mediante visita personal y era habitual que cuando nuestro almacén se llenaba de material que, aunque iba vendiéndose, no era en la cantidad que uno quería y necesitaba, yo solía viajar a Barcelona a girar visita a mis clientes. 
En alguna de esas ocasiones, no muchas, solía acompañarme mi mujer y en esos casos, tras la cena, teníamos por costumbre celebrar las ventas obtenidas con un espectáculo de "Revista" en el Paralelo barcelonés. Aquella noche, una más, actuaba en el Teatro Apolo el entonces muy famoso Moncho Borrajo. Se decía que se metía mucho con su público y que parte de su espectáculo se basaba en esa pecularidad. Nosotros, tímidos de solemnidad, no nos amedrentamos por ello y allá que nos fuimos esperando pasar una buena velada.
El espectáculo, para nosotros, empezó antes de subirse el telón ya que era frecuente y casi obligado en esa ciudad, que los actores dieran alguna primicia de su arte a la entrada a la sala. En este caso la primicia era que el susodicho Moncho Borrajo, disfrazado de acomodadora, iba cogiendo las entradas de algunos espectadores al azar y los acompañaba a sus butacas. 

El actor, más feo que guapo (como yo) y con un tipo como el mío podía disfrazarse de cualquier cosa, menos de guapa acomodadora, pero ahí estaba la gracia... A nosotros, seguramente con cara de pueblerinos, nos vio enseguida y por lo tanto nos atendió la citada "acomodadora" y allá que nos fuimos siguiendo sus pasos, tras darle las entradas. Yo, cosa rara pues mis reflejos suelen ser lentos, tuve una idea que entendí como brillante y siguiendo la broma, tras mostrarnos las localidades y devolvernos las entradas, le di una moneda de 100 Ptas. de propina.
Lo que siguió fue indescriptible... ( !!! )
Siendo uno o dos duros (una moneda de veinticinco pesetas a lo sumo) la propina que solía darse a los acomodadores, el hecho de recibir 100 pesetas desató sus gritos y la fiesta. La "acomodadora", colocado entre sus "senos" un micrófono inalámbrico, grande como eran entonces, para poder trasladar sus comentarios a todos los espectadores de una sala ya a rebosar, decía querer abandonar su profesión y cambiarse a la de acomodador. 

Las risas del respetable y personalmente las nuestras hacían presagiar una velada inolvidable como así fue.
Tras sus extraordinarios monólogos, a los que sumaba historias y versos a partir de una sola palabra de cualquier espectador y ante la timidez general de que se metiera con uno, algunos espectadores preferían butacas de palco o incluso del mismo gallinero para estar "a salvo" de sus ocurrencias. Sin embargo, para esta clase de espectadores guardaba Moncho Borrajo su mejor arma secreta. 
En mitad de su actuación y metiéndose con los del "gallinero" que se consideraban a salvo de sus gansadas, se sentaba en un sillón que le habían instalado en el centro del escenario, se abrochaba un cinturón de seguridad y apretando un botón el sillón, sujeto a un reforzado mecanismo extensible que soportaba perfectamente su peso, salía disparado por encima de los espectadores del patio de butacas, hacia aquellos que se consideraban a salvo de sus bromas. 
Las exclamaciones de los espectadores de platea, ante la sorpresa de tan inesperado mecanismo de traslación, no se hicieron esperar y más todavía las risas y gritos de Moncho que, apenas a medio metro de la barandilla del "gallinero" aparentaba querer encaramarse a ella para "atacar" a los espectadores de aquella zona que se creían a salvo. Nosotros teníamos las localidades en la quinta fila del patio de butacas y casi en el mismo centro de la sala. Con Moncho Borrajo en el escenario, las cinco primeras filas eran las últimas que se vendían. 

En un momento de su actuación se apagaron las luces del escenario y él, con una potente linterna, buscaba entre los espectadores unos colaboradores. La broma de mi generosa propina (que nunca me devolvió) hizo que, tras un rato de zigzagueos, la luz de su linterna se parase sobre nosotros. 
Nada especial tuvimos que hacer, pero... ¡ya se sabe!. 
Gritos, aspavientos, el aparente reconocimiento del generoso espectador que le había dado 100 pesetas de propina a la "acomodadora" y el Moncho Borrajo que baja del escenario hacia nosotros. Luces de sala y focos de cañón hacia los tímidos pueblerinos y todos los espectadores de pie y pendientes de la reacción de los espectadores elegidos. La cosa fue fácil. Me dio a mí la linterna y a mi mujer un libro. Yo la iluminaba y ella tenía que elegir una palabra de aquel libro, sobre la cual basaría Moncho la siguiente "historia". Total, una excelente velada.
Años después, viendo que su éxito empezaba a mermar y no queriendo conocer la experiencia de tener que actuar con salas a medio llenar, abandonó su profesión y lo hizo con el espectáculo "Despedida y cierre" cuyo cartel se acompaña. 

Fue sin duda el "inventor" del monólogo y uno de los más importantes ejecutores del mismo. Eso y nada más fue lo que pasó y lo que ha venido a mi mente al pedirle a mi mujer que me diera una palabra con la que basar la entrada de hoy. Sin embargo eso de que la primera cosa que se le ocurra, sea un cuchillo... ¡me da que pensar!
Yo ahora, emulando a Moncho Borrajo, tendría que basar esta entrada (por ejemplo) en Albacete y sus tradicionales y excelentes cuchillos pero... ¿quien me garantiza a mí que los actuales cuchillos de Albacete sean de Albacete?. Porque, si así fuera, casi que sería la única cosa que todavía es lo que antes era. Todos sabemos que hasta las mejores marcas de ropa y los más costosos productos, están fabricándose en China, por lo tanto ¿será diferente en el tema de cuchillos?.

Mejor lo dejamos ahí y ya que tenemos que decir algo de Albacete, diré que a poco más de 25 Km. de dicha ciudad y viajando por la N-322, llegamos a la localidad de Bazalote, por antonomasia el pueblo español de los ajos. Allí cargan a granel "los gitanos de bien" sus furgonetas, con las que después recorren la península pregonando tan "perfumado" manjar, imprescindible en nuestras cocinas. Allí paró varias veces el camión de reparto de EFASE, de vuelta de la provincia de Córdoba donde teníamos un cliente con el que hacíamos intercambio comercial. Con varias firmas comercializando el mismo producto, era fácil comprar un par de sacos para familiares y amigos a un precio irrisorio, que impedía el más mínimo pensamiento de plantación. Dichos ajos, en su calidad Extra y sin el más mínimo defecto en cabeza ni tallo, se comercializan en ristras de 25 o 50 unidades y también en red plástica de 5 y 10 unidades sin tallo. Toda cabeza rota o defectuosa era apartada y vendidos estos ajos a granel en sacos de 25 Kg. a un precio irrisorio por falta de comercialización en las grandes cadenas.

Unos kilómetros antes El Jardín. Una pequeña aldea y bello paraje enclavado en la ribera del río del mismo nombre, atravesada por la antigua carretera nacional y ruta principal que permitía la subsistencia de sus vecinos con la comercialización de lo mejor de sus productos autóctonos. Principalmente en las diferentes variedades de queso manchego y todos los derivados del cerdo. Allí vimos y compramos por vez primera el típico queso curado al romero, hoy ya en cualquier establecimiento del ramo, pero entonces una novedad de tipo local. Pero... todo esto, ¿vengo yo a contarlo por el solo hecho de que a mi mujer se le haya ocurrido nombrar la palabra cuchillo? Pues bueno... ¡Ya está bien, ya está bien...! Porque si todo lo cuento hoy, ¿qué contaré mañana?.

RAFAEL FABREGAT

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