28 de marzo de 2011

0313- YO TAMBIEN FUÍ A LOURDES.

Lo siento pero no fui por devoción, sino por curiosidad e influencia de una prima mía, (Fifí) enferma hasta el punto de que murió unos meses después. Nada nuevo o extraño. Pasó lo que tenía que pasar, nada más. 
Habíamos ido a pasar unos días con mi familia al Mediodía francés, pueblecito de Ventenac de Minervois en la comarca de Aude, unos 30 Km. al norte de Narbona. Allí vivían mis dos primas, Fifí y Marí) hijas del hermano mayor de mi padre. Fifí, enferma de cáncer y extremadamente creyente, ante lo irremediable, quiso que visitáramos todos juntos aquel lugar tan especial. 
Lógicamente aceptamos su desesperado ofrecimiento y allá marchamos un par de días. Las dos hermanas y sus maridos y yo, el primo de España, con su mujer (Montse) y sus tres hijas (Montse, Ana y Elena). 
Salimos a primera hora de la mañana desde su casa en Ventenac de Minervois y llegamos a media mañana. 
A la llegada y tras tomar la habitación, reservada de antemano, propusieron visitar las muy famosas grutas de Bétharram, quizás las más importantes de Francia. Las susodichas grutas, a pocos kilómetros de la ciudad de Lourdes, tienen un grandioso aparcamiento a la falda de una imponente montaña. 

La visita a dicha gruta tiene como característica especial que tiene dos entradas, una en la base de la montaña, junto al aparcamiento y otra casi en el pico de la misma. La visita a la gruta se hace tomando un funicular que hay junto al propio aparcamiento, donde también sacas los tickets. Este funicular te lleva a lo alto de la montaña, donde está la entrada norte de la gruta. Una vez allí se inicia la visita a pie visitando lugares maravillosos. Tras un largo trayecto y sin salir de la gruta, se llega a un embarcadero donde se toman barcazas que continúan la visita por un río subterráneo también muy emocionante. Sin embargo la guinda del pastel queda para el final. Cuando la embarcación llega al extremo del río subterráneo, te espera un pequeño tren, apenas del tamaño del de "la bruja" que hay en las ferias, que te devuelve al exterior de la montaña; pero del dicho al hecho hay un gran trecho... 

Las dos primeras fases de la visita (caminando y navegando) apenas han consumido una cuarta parte de la altura de la gruta y de la montaña. Una vez subidos al pequeño tren y comprobado que todos tenemos bien atados los cinturones de seguridad, el vehículo se desliza suavemente por el interior de la montaña. Naturalmente el final del recorrido es el aparcamiento donde todos tenemos nuestros coches esperando, por lo tanto el túnel de descenso ferroviario es en curvas continuas y zigzagueantes pero a escasa velocidad. De pronto el conductor dice que se le han roto los frenos y el trenecito aumenta su velocidad rápida y descontroladamente. Los gritos de los viajeros son ensordecedores, pero nadie osa moverse del asiento que ocupa. Tras un minuto "eterno" acaban las curvas y el tren baja la velocidad para pararse suavemente a la salida de la gruta, en el propio aparcamiento... ¡Ufffffff! Alguno se mearía encima, seguro.

Volvemos a Lourdes y descansamos un ratito en el hotel de los sobresaltos de la inolvidable visita y después salimos a comer. Una hora de siesta (a los franceses también les gusta) y después vamos a realizar la visita de rigor. Por la gran plaza nos encaminamos a la gruta donde se supone que se apareció la Virgen María a Bernardette Soubirous. Obligada compra de cirios, que nos recogen sin encender, para después devolverlos al punto de venta. Todo aquí se mueve a golpe de cartera. Tras una hora larga de cola, nos mojamos un poco en la fuente al respecto y pasamos por delante de la cueva de la Virgen. Después, lógicamente a alguien le entraron ganas de ir al baño, cosa que no tiene mayor problema que el hecho de que sea de pago.

Yo, naturalmente, ignoro si la Virgen haría milagro alguno en este lugar pero sin embargo sí estoy seguro que Bernardette lo hizo. La susodicha niña convirtió este lugar apartado de todo y de todos en el segundo destino con mayor oferta hotelera de Francia, después de París. A esto cabe añadir la misma proporción de tiendas, de cualquier tipo y condición y los millones de souvenirs de Lourdes que allí hay a la venta. Pero sigamos, sigamos... Tras la visita a la gruta de la Virgen salimos a la explanada (más de medio kilómetro de longitud) para visitar la grandiosa Basílica subterránea dedicada a Pío X (12.000 m2) que miércoles y domingos celebra misa internacional. Es de forma elíptica y carece de pilares centrales que sustenten tan inmensa bóveda.

Al fondo de la inmensa plaza y al mismo nivel, la Basílica de la Virgen del Rosario, de estilo neobizantino. Realmente son dos iglesias superpuestas. La Basílica superior está dedicada a la Inmaculada Concepción. El interior majestuoso, llamando la atención que, cada uno de los bloques de piedra con la que está construida, lleva grabado el nombre del benefactor que pagó tropecientas veces el valor de dicha piedra. Otra cosa interesante y extraña es que las enormes pilas que hay a la entrada y que se suponen para santiguarse, estaban repletas de billetes de banco de valor facial a cual más importante. La visita se completa con la subida al Calvario, un recorrido agradable también repleto de fuentes a cual más "milagrosa". Todo fue ampliamente escudriñado y solo quedó sin poder ver la gran procesión que al atardecer se realiza por la amplia explanada. Parece ser que ese día no tocaba. Caso de hacer la procesión es obligada la vela correspondiente, que te venden a precio desorbitado. 

Nada es barato en Lourdes y mucho menos gratis ya que, como he dicho anteriormente, hasta mear cuesta dinero. Quedaban pendientes las compras-recuerdo de la visita, algo inevitable. Vírgenes de todos los tamaños y calidades, algunas con agua del grifo en su interior, para los vivos. Pequeños trozos de granito, con la imagen de la Virgen, para los difuntos. Tengas o no tengas familia, nadie puede marchar de Lourdes sin el correspondiente souvenir y son nada menos que 6 millones los visitantes que recibe anualmente Lourdes. La mayoría enfermos creyentes y temerosos, o sea, con la cartera abierta...
El día había sido largo y tras una cena ligera, cansados, todos nos fuimos a la cama. A la mañana siguiente, tras el desayuno, nos despedimos. Ellos regresaron a su bonito pueblo, junto al Canal du Midí y nosotros regresábamos a Cabanes, aunque pernoctando ese día en Andorra, lugar donde pasar un último día de compras. ¿A bajo precio...? Naturalmente NO.

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