23 de marzo de 2012

0639- CALIFATO OMEYA DE DAMASCO.

Hay que empezar diciendo que los Omeyas fue un linaje califal que, proveniente de Damasco, estableció finalmente su capital en Córdoba, territorio al que ellos denominaron al-Ándalus.

Los omeyas eran parte de la tribu a la que perteneció Mahoma. Umayyah, el antepasado que dio nombre a la familia, era sobrino de Hashim, el bisabuelo de Mahoma. 
El vínculo que une a los omeyas con el califato se produce cuando Uthman ibn Affan, casado sucesivamente con dos hijas de Mahoma, es elegido en el año 644 sucesor del califa Omar a la muerte de éste. 
Sin embargo la nominación entra en conflico con Alí ibn Abi Tálib, yerno del profeta que afirma ser a quien le corresponde el califato. 
Uthman es asesinado y Alí es elegido califa, pero el omeya y gobernador de Siria (Muawiya I) le acusa de asesinato y le declara la guerra.
Con la derrota de Alí, el califato se traslada a Siria. A partir de ese momento los califas dejan de ser elegidos y pasan a convertirse en dinastía hereditaria.

En el momento de mayor esplendor, los Omeyas dominan desde la península Ibérica (Al-Andalus) hasta Afganistán, con incursiones hasta la frontera China donde son repelidos. 
Sin embargo los problemas interiores continúan, especialmente dirigidos por los sucesores de Alí. 
No faltan tampoco los que provoca la complejidad de tan vasto territorio, con múltiples tribus y etnias, algunos de los cuales ni siquiera profesaban hasta entonces la religión musulmana.
A mediados del siglo VIII el califato omeya estaba muy debilitado, especialmente por sus luchas intestinas. Finalmente, el año 749 las diferentes familias entraron en guerra y todos los califas (excepto uno) fueron asesinados. 

Para borrar todos los restos del clan de los Omeyas, incluso los muertos fueron sacados de las tumbas y quemados en diferentes hogueras y lugares. Abd al-Rahmán I (756-788) único que escapó de la matanza, reaparecería siete años después, al otro lado del mundo islámico, en el Al-Ándalus.

En principio Abd al-Rahmán I se exilió al Magreb y fue huésped durante largo tiempo de los bereberes
Con el tiempo recaba apoyo de los sirios instalados en Al-Ándalus, que están descontentos con sus gobernantes abbasíes y el año 755 desembarca en Almuñecar (Granada) organizando la Batalla de Al-Musara, en la que vence a sus enemigos y es proclamado por sus partidarios emir. 
Su gobierno es eminentemente defensivo, puesto que yemeníes y bereberes se le rebelan en varias ocasiones.
Abd al-Rahman I amplía su ejército y pone en los principales cargos a gente de su confianza. De esta forma, en pocos años Al-Ándalus se hace totalmente independiente de Bagdad de manera que, a su muerte, es ya un estado perfectamente estructurado.
Le suceden cuatro emires más para finalmente, en el año 929, instalarse en el poder Abd al-Rahmán III que se autoproclama Califa, lo que produce la total ruptura con oriente, incluso en el plano religioso.

Sus principales argumentos de autoproclamación y derecho, estaban basados en su pertenencia a la tribu de Mahoma y a sus luchas por mantener alejados a los cristianos infieles. 
Con esta operación los Omeyas se consolidan nuevamente en el poder.
A mediados del siglo X dominan desde Argelia hasta el Atlántico y suben hacia el norte estableciendo relaciones con el Sacro Imperio Romano. 
Los reinos cristianos del norte peninsular llegan a pagar tributos al Califa de Córdoba. Su apogeo acaba hacia el año 1.010 cuando las luchas internas comienzan de nuevo y se inicia la guerra civil que dura hasta 1.031. 
Al-Ándalus se fragmenta en varios reinos o Taifas, lo que favorece la recuperación de los territorios a los cristianos. 

El Califato de Córdoba se desintegra, pero no del todo. 
A finales del siglo XVI el noble morisco Abén Humeya, cuyo nombre cristiano es Fernando de Córdoba y Valor, es elegido rey morisco en la Guerra de las Alpujarras. 
Derrotados los supervivientes se instalan en el Levante español donde aún se les permite practicar el islam. 
En la expulsión definitiva del año 1.609 y justamente desde el puerto de Alicante, embarcan hacia la cornisa africana cerca de un millón de personas. 
Los árabes marcharon de España como llegaron en el siglo VIII; ¡sin nada!. 
Pero ahora ya no hay gobernadores, ni emires, ni califas; solo miseria y desolación... La que ellos crearon entre los cristianos, con su invasión peninsular del año 711. Claro que ya (casi) nadie se acordaba de su violento saqueo. Después de nueve siglos, ellos ya tenían este territorio como propio... No así los cristianos, que ya a finales del siglo IX ya les habían plantado cara en la figura del asturiano Don Pelayo y cuya recuperación del territorio fue lenta pero constante.

RAFAEL FABREGAT

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