2 de marzo de 2013

0939- SIWA, LA TRISTEZA DE UN OASIS.

















Siwa
es un oasis, una isla verde en medio del desierto egipcio. Una gran almadía que flota entre la inmensidad del océano de arena que representa el Sáhara, el desierto más grande del planeta. Entre tanta sequedad, este maravilloso oasis próximo a la frontera con Libia aún parece más bello. Cerros y palmerales se reflejan en las aguas de los lagos que orgullosos muestran la imagen a sus habitantes. 


Ruinas ciudadela de Shali.
Claro que allí hay más, mucho más. Antiguas ruinas de la época postfaraónica nos hablan de un pasado majestuoso, bucólico y evocador de tiempos gloriosos para esta tierra. También sus habitantes muestran su cara más amable con el visitante curioso que muestra interés por su vida y su cultura. La hospitalidad para cuantos se aventuran a llegar hasta estos parajes está garantizada y eso se agradece doblemente ante el entorno tan inhóspito que rodea Siwa. Se dice que el propio Alejandro Magno estuvo allí, pero eso no es lo mejor. Lo realmente extraordinario es que, desde entonces, las costumbres siguen inalterables. Los ojos del visitante ven exactamente lo mismo que vieron los ojos del gran emperador macedonio. Siwa no es solo una mancha verde en el mar de arena del desierto, sino que es también una isla cultural que nada tiene que ver con el resto de Egipto. 

A tan solo 50 Km. de la frontera con Libia, Siwa está situada en la antigua ruta comercial abierta por los faraones de Menphis. 
Sus habitantes hablan bereber y tienen conexión con El Cairo mediante una carretera asfaltada de 800 Km. que utilizan muy excepcionalmente. Mas bien son turistas y gentes procedentes de El Cairo quienes les visitan a ellos, movidos por la curiosidad de ver a una gente que ha sobrevivido a la modernidad y a las ambiciones propias de esta época de la Historia. 
Llegar a Siwa, después de cientos y cientos de kilómetros de duro desierto, es como llegar al paraíso. Un espejismo de agua, palmeras y olivos que parece impensable que se encuentren allí, en mitad de la nada. Parece ser que la depresión en la que se encuentra este oasis excepcional fue antiguamente un mar que se evaporó, motivo por el cual la tierra es de una alta salinidad. El oasis y ciudad de Siwa es conocido desde la antigüedad y hasta ella llegaron los romanos, helenos y bizantinos, además de los propios egipcios y bereberes procedentes del Magreb. 

La población total de este inmenso oasis se calcula en unas 20.000 personas, de las cuales unas 15.000 viven en la propia ciudad. Próxima al centro hay una colina rocosa en la que aparecen tumbas anteriores a nuestra era. En el siglo VI a.C. el oráculo de Siwa adquirió gran prestigio y fue consultado permanentemente por peregrinos y reyes de todos los países mediterráneos. La construcción del Templo de Oracle data de esas fechas. Como se ha dicho antes, Alejandro Magno fue uno de esos visitantes de Oracle. Tras la conquista y fundación de Alejandría, sería aquí proclamado hijo de Zeus Amón. 
Ya en el año 708 de nuestra era, el islám intentó conquistar Siwa de la mano del musulmán Ibn Musa Noss pero éste fue rechazado. A finales del siglo XI y tras numerosas incursiones árabes, apenas quedan unas pocas familias originarias de Siwa que deciden crear una nueva ciudad mejor fortificada. 

Estando tan alejada del resto del mundo, durante muchos años Siwa estuvo gestionada como una pequeña república independiente dirigida por los jefes de las tribus allí establecidas. En los siglos siguientes y hasta la llegada de los europeos la zona se caracterizó por luchas constantes entre las diferentes tribus del este y del oeste que se disputaban sus riquezas y su situación estratégica. La entrada de extranjeros en Siwa no fue permitida hasta que finalmente, en 1792, llegó el británico VG Browne que se encontró con una recepción hostil. A este viajero le siguieron otros que escribieron sobre las bondades de este territorio hasta que ya en el siglo XIX Mohamed Alí, gobernador otomano en Egipto anexionó el oasis de Siwa al territorio egipcio. Estos bellos parajes fueron escenario bélico en la primera y segunda Guerra Mundial. Aunque los británicos tenían instalada una base militar permanente, las tropas alemanas del mariscal Rommel tomaron el territorio en tres ocasiones. 

Son de interés histórico las ruinas del templo del oráculo, la Montaña de los muertos y la fortaleza medieval. La historia cuenta que Cambises II, rey de Persia, mandó en el año 524 a.C. a 50.000 soldados para conquistar el fuerte de Siwa pero una tormenta de arena los sepultó a todos para siempre. 
De interés cultural son sus artesanías de platería y textiles. 
El Manuscrito de Siwa cuenta sus ancestrales costumbres, alguna tan curiosa como sus matrimonios entre hombres. Cuando el matrimonio se celebraba entre terrateniente y jornalero, este último no recobraba la libertad hasta cumplir los cuarenta años, momento en que podía casarse con una mujer corriendo todos los gastos de la boda a cargo de su antiguo esposo y amo. En 1928 visitó Siwa el rey Fuad y los matrimonios homosexuales fueron prohibidos, al considerar que más que una boda de amor carnal se trataba de una forma de explotación esclavista.

Sin embargo, todo tiene su parte negativa y Siwa no podía ser una excepción. También esta región tiene una pincelada de tristeza. Las mujeres de Siwa se cuentan entre las más bellas del continente americano pero, ¡Ah!. No pueden verse, amigos, no pueden verse. Están escondidas... Una de las peculiares características de esta tierra es la ausencia de mujeres en las calles. Ni siquiera en el mercado, donde solo son hombres quienes allí compran y venden. Las calles están repletas de niños ¡y de niñas! pero cuando las niñas se convierten en mujeres deben abandonar las calles para siempre. Algo no solamente incomprensible en estos tiempos, sino también triste, muy triste y especialmente para ellas que son obligadas a ser prisioneras de sus orígenes. Si excepcionalmente una mujer debe salir a la calle, lo hará con un burka que la cubra totalmente. Incluso mirarlas es una falta de respeto.
 Las mujeres no pueden ser miradas al rostro, aunque vaya cubierto y mucho menos fotografiarlas. ¡Coño con los de Siwa, todo lo quieren para ellos...! 

RAFAEL FABREGAT

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