5 de septiembre de 2013

1118- DE LOBOS Y OVEJAS...

He comentado este tema en tantas ocasiones, que pensaba que incluso este título ya estaba plasmado en el Blog. Para no repetirme he puesto el título en el buscador y aunque me han salido varias entradas con argumentos similares, ninguno de ellos era tan directo como yo quisiera que este lo fuera y heme aquí. Esto no quiere decir naturalmente que lo consiga puesto que, son tantas las acaloradas sufridas al respecto, que al final creo que uno se cura por simple cansancio. Hablar de lobos y ovejas es hacerlo de los facinerosos políticos que gobiernan el mundo (lobos) y de los sufridos ciudadanos (ovejas) que con conformismo o sin él, estamos obligados a acatar consejos y órdenes sin poder hacer (casi) nada al respecto. Hacerse el desentendido, como algunos "listos" ponen en práctica, no suele acarrear otra cosa que alguna pedrada económica, cuando no cárcel, puesto que esta clase de pastores no se manejan con la honda pero sí con denuncias por decreto. Ojo pues.

El cuento es viejo, pero lo volveremos a contar... Cierto día un granjero marchó al pueblo en día de mercado y compró un lobo, una oveja y una col. Olvidó el masovero que para regresar a su casa debía vadear el río que separaba sus tierras de la ciudad y que para hacerlo solo tenía una minúscula barca en la que solo cabía él y una de las compras. 
¿Como hacer que el viaje se desarrollara sin problema?. Si cogía al lobo en primer lugar, cuando volviera a por la oveja ésta se habría comido la col. Si se llevaba la col, el lobo se comería mientras tanto a la oveja y si se llevaba la oveja, se la comería el lobo cuando regresase a por la col... Tras mucho cavilar encontró la solución: Había que llevar a la oveja. Regresar de vacío y coger al lobo. Llevarlo al otro lado y regresar con la oveja. Dejarla en la orilla y llevar la col al otro lado. Regresar para recoger a la oveja y llevarla con el lobo y la col. ¡Esa y no otra era la solución...!

Perdón por el cuento anterior. Era para quitar hierro al asunto. Todos somos ovejas en las incansables fauces de lobos hambrientos. Sin embargo, tampoco los lobos hacen lo que les viene en gana. Está claro que ni los políticos con mayor poder hacen lo que quieren, pues el miedo a posibles venganzas les frena más de una vez sus inquietudes soberanistas. Ni a nivel interior y mucho menos cuando se trata de decisiones a nivel mundial, puede nadie hacer aquello que sin duda le apetecería. Han de guardar sus espaldas, tanto de represalias internacionales, como de respuestas negativas del congreso y hasta incluso del simple voto de cualquier pueblerino, que vive en una aldea perdida en el campo, pero que con su voto puede decantar la balanza a su favor o en contra. Nadie, nadie tiene el poder absoluto. En este momento, incluso las ovejas tienen sus migajas de poder. Si en este mundo de orgullos y miserias alguien podía tener ese poder universal, pensaba yo que esa persona tenía que ser el Papa de la Iglesia Católica. Pero ¡bah!, ni ese tampoco. 

¿Quieres caldo?. Pues toma dos tazas...
Hace bien poco que Benedicto XVI, último pastor del rebaño en exilio voluntario de su apostolado, traspasó "a viventibus" el cayado, honda y zurrón al nuevo encargado de controlar la producción de la granja, que no de las ovejas, que poco importa a donde van y por donde vienen. El hombre no es que fuera joven y de salud a prueba de bombas, pero nadie hasta ahora había cedido, así como así, "los trastos de matar" al novillero de turno. Esta decisión demuestra muchas cosas y ninguna buena, pero que cada cual saque su propia conclusión. ¡Que cansado estaría el hombre, intentando gobernar lo ingobernable...! Estamos en tiempos de libertades, demasiadas quizás para quien no las merezca. Y ¿quien las merece?. Esa es la pregunta que nos hacemos todos...

Yo, metido en estas reflexiones, llego a la conclusión de que al final quizás sea mejor ser oveja que pastor. ¡Cuantas intrigas y cuanta mierda entremezclada entre la riqueza y el poder!. Y total, ¿para qué?. Más pronto que tarde, llega el final y todo queda aquí. Nadie se lleva nada al más allá, por la sencilla razón de que el más allá no existe. Venimos de la tierra (o del agua) como viene el más grande de los elefantes o el más pequeño de los microbios y mucho antes de que llegue nuestro final, millones de seres esperan para cubrir la vacante que dejaremos. Tras un fuerte tratamiento fitosanitario para determinada plaga, ¿queda extinguida ésta a perpetuidad?. ¿No verdad?. Pues así seguirá siendo mientras el planeta mantenga las condiciones de vida actuales o los seres que en ella vivan puedan ir adaptándose a las nuevas condiciones que se produzcan. Y cuando todo acabe, no pasará nada. Ni lobos ni ovejas. 

Solo un silencio sepulcral, el vacío y la soledad más absoluta... como en otros tantos planetas del universo. ¿Qué es la muerte si no eso, el silencio, el final?. Todos tememos a la muerte. También aquellos que dicen creer en Dios, porque intuyen que no hay nada al otro lado del túnel. ¿Triste?. Pues sí, claro está, triste y contundente. Si pensáramos de vez en cuando en esta realidad, quizás dejaríamos a un lado tantas ambiciones y rivalidades. ¿Para qué?. Todos sabemos cual es el camino de la vida... Nacer, crecer, reproducirnos y morir. ¿Egoísmos?. Pues hombre, los necesarios para vivir con la mayor comodidad posible y, por cuestiones de la naturaleza, ayudar en lo que se pueda a los que vienen detrás para que lo tengan todo un poco mejor de lo que nosotros encontramos. Es la ley natural, la que sigue todo aquel que tiene dos dedos de frente. Pero nada más. Todo cuanto pase de ahí es una locura, un camino equivocado que no tiene ningún sentido recorrer.

RAFAEL FABREGAT

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