4 de octubre de 2013

1147- LA CATEDRAL DE BURGOS.

Queriendo dar continuidad a la tradición canónica de la vieja diócesis de Oca, ya signataria del III Concilio de Toledo en época de los visigodos del año 589, el rey Alfonso VI convierte a Burgos en Sede Episcopal en el año 1.075. De inmediato el monarca inicia la construcción de una catedral, supuestamente románica, pero de la que no se tiene documentación alguna. Sí existe documento que acredita la donación del palacio de su padre Fernando I y la iglesia adjunta de Santa María, como emplazamiento para su construcción. El grandioso templo acabó su construcción en 1.096 pero prontamente vieron que se quedaba pequeño para una ciudad que simbólicamente era la capital del reino y cuyo cabildo catedralicio tenía más de 30 miembros antes de finalizar el siglo XII. 

No se lo pensaron dos veces y a principios del siglo XIII se demolió aquel templo inicial para construir la nueva catedral que contemplamos ahora y que siguió los patrones del gótico francés de la época. En presencia del rey Fernando III de Castilla y del obispo Mauricio, prelado de la diócesis de Burgos desde el año 1.213, el 20 de Julio de 1.221 se puso la primera piedra en el emplazamiento de la nueva catedral. Las obras avanzaron con rapidez y en 1.260 se llevó a cabo la consagración del nuevo templo. Sin embargo habrían de pasar muchos años más para verlo finalizado. Es en el siglo XV cuando el templo puede darse por terminado, al incorporarse las agujas de las torres de la fachada principal, el cimborrio sobre el crucero y la Capilla de los Condestables, todo ello donado por la familia de los Colonia. 

A partir del siglo XVI se realizan modificaciones en varias capillas y se construye un nuevo cimborrio puesto que el inicial ha sido derribado por un fuerte huracán. En el siglo XVIII se construye la Capilla de Santa Tecla, la Capilla de las Reliquias y la Sacristía. No habría ninguna modificación o restauración decisiva posterior. Aparte la reforma de la Capilla del Santo Cristo y traslado del crucifijo del Convento de San Agustín, se restauraron las ventanas de tracería neogótica. A principios del siglo XX se restauró el Claustro Nuevo y se instalaron vidrieras ornamentales. También se restauró la techumbre pero sin modificar la sustancia arquitectónica. El 12 de Agosto de 1.994 cayó la estatua de San Lorenzo instalada en la torre norte de la fachada principal. 

La restauración de San Lorenzo y la eliminación del Palacio Episcopal, adosado a la catedral, puso punto y final al realce y adecuación de la misma. 
La portada de Santa María incluye un rosetón de estilo citerniense con tracería de estrella de seis puntas, sobre la que se levanta una galería con dos ventanales con maineles y tracería bajo la que están situadas las estatuas de los ocho primeros reyes de Castilla. 
Sobre las puertas laterales las dos torres de tres cuerpos rematadas con agujas piramidales de base octogonal. 
Asomada a la plaza del rey San Fernando está la Puerta del Sarmental, uno de los mejores conjuntos del clasicismo gótico del siglo XIII en España. 
A la calle de Fernán González tenemos la Puerta de la Coronería, o de los Apóstoles, también del siglo XIII y plenamente gótica. 
Desde la plaza de la Llana contemplamos la Puerta de la Pellegería o del Canalejo, de principios del XVI.

La nave Mayor está presidida por el retablo renacentista romanista y su titular Santa María la Mayor y en el presbiterio algunos sepulcros góticos. 
En medio de la nave el Coro catedralicio con sillería de nogal, una reja monumental y dos órganos, así como el bulto yacente del obispo Mauricio. 
Debajo del cimborrio y desde 1.921, el sepulcro del Cid y de Doña Jimena. 
Sobre la capilla central de la girola y sustituyendo a la de San Pedro, los Condestables de Castilla mandaron construir una capilla en la que ser enterrados, aunque se consagró a la Purificación de la Virgen. 
Allí descansan sus cuerpos como fue encargado por Pedro Fernández de Velasco y Mencía de Mendoza y Figueroa. 
En la capilla permanecen varios sepulcros, antiguos obispos de la catedral, que ya estaban en la primitiva capilla de San Pedro y que los Condestables respetaron.

La catedral de Burgos tiene también dos claustros, el Alto y el Bajo. El Alto es de planta irregular pues salva el desnivel entre el suelo del templo y la calle adyacente de Nuestra Señora de la Paloma. El sobreclaustro o claustro Alto es con ventanales de arco apuntado y bajo los arcos ciegos ojivales de los muros se reparten numerosos sepulcros de los siglos XII al XVI pertenecientes a canónigos de la catedral, algunos de gran valor histórico y artístico. En el ángulo noroccidental la capilla de San Jerónimo y sepulcro del canónigo Francisco de Mena. 

El claustro Bajo sirvió en una primera época de cementerio y tras varias adaptaciones alberga actualmente el Centro de Interpretación y la Capilla-cripta de San Pedro que expone restos arqueológicos y escultóricos de la primitiva catedral románica. No vamos a seguir pues son demasiados los tesoros que alberga esta catedral, probablemente la más importante de España. Museo catedralicio, Escalera Dorada, Capillas claustrales, Archivo, Tesoro, Sala capitular, etc., etc.  Solo podemos decir que la visita es obligada y no solo por una cuestión de fe, sino igualmente por los amantes del arte y de la historia. Allí donde uno dirige la mirada queda extasiado por la belleza y la armonía del conjunto que presenta esta catedral sin parangón. 

Ninguna excusa vale para viajar por el norte peninsular y no visitar Burgos, como tampoco lo tiene el hecho de visitar la antigua capital castellana sin patearse de cabo a rabo la maravillosa catedral. Burgos tiene mucho que ver. 
La catedral es solo uno de los puntos de visita obligada. También merece su visita el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas o la Cartuja de Miraflores, la Iglesia de San Gil, la de San Esteban y un largo etcétera, con una mirada especial al Arco de Santa María... 
Después, en el mismo Paseo del Espolón, numerosos restaurantes te brindan la olla podrida y el lechazo al horno, acompañados con un Ribera del Duero, que tampoco puede despreciarse... 

RAFAEL FABREGAT

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