8 de agosto de 2016

2161- LO PROMETIDO ES DEUDA.

Mmmmmmmm, que descanso, que paz, que todo...
Sí amigos, hoy empiezan de verdad mis vacaciones. Como ya les comenté en mi entrada anterior, esta semana pasada, a pesar de ser de solaz y reencuentro con hijas, yernos y nietos, que lo son todo para mí, no ha sido una semana de descanso. Mi mujer, su madre, suegra y abuela, nos ha invitado a un 'Crucero por el Mar Báltico'. Maravilloso sin duda, pero pesado para los mayores. No entiendo cómo pueden apuntarse a ese tipo de viajes gente inválida y abueletes con más de 80 años a sus espaldas, que he visto con mis propios ojos. Yo, aunque no lo descarto porque ya sería el tercero, dudo que vaya a repetir. Agradable, interesante, pero bastante pesado para quienes queremos 'verlo todo'. Te digan lo que te digan, no todo son glorias en este tipo de viajes. Y si no... juzguen ustedes mismos.


El crucero 'Capitales Bálticas' salía de la ciudad alemana de Rostock a las 22:00 horas del sábado día 30 de Julio. Para llegar hasta allí, ese día hubimos de coger el avión que salía de Barcelona a las 08:30 pero, claro, nosotros somos de Castellón y ello implicaba un viaje previo de 250 Km. en coche por autopista y el consiguiente 'madrugón'. Nos levantamos a las 03:00 de la madrugada para salir una hora después hacia el aeropuerto de El Prat, donde llegamos a las 06:30 de la mañana. Dejamos los dos vehículos en el párking del aeropuerto, facturamos las maletas y nos fuimos a tomar algo, sin saber que el avión que nos había de llevar a Alemania estaba situado en el punto más alejado imaginable. Cuando subimos (08:31h.) todos los pasajeros ocupaban ya sus respectivos asientos. Por nuestra culpa, el avión salió con cuatro minutos de retraso.

El avión llegó a Rostock a su hora y acto seguido hicimos la primera excursión. Visita panorámica de la ciudad para posteriormente llegar a la catedral de Bad Doreban situada a unos 15 Km. de la ciudad. Se trata de un antiguo monasterio cisterniense del siglo XII, actualmente en estilo gótico y ladrillo rojo, lugar de enterramiento de los Príncipes de Mecklenburgo. La abadía fue derruida en su totalidad en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y también durante la ocupación napoleónica (1806-1813) siendo restaurada a finales del siglo XIX en estilo neogótico. 
El regreso, otra curiosidad, fue con The Mollie, un antiguo tren de vapor que une Doreban con Rostock y cuya vía estrecha transcurre por dentro de las calles de la primera población. Itinerario precioso que atraviesa parte de los bosques que la circundan y que no abandonan el recorrido férreo hasta la llegada a la capital de la desembocadura del río Warnow, a cuyas orillas se fundó la ciudad de Rostock y que acoge el Balneario de Warnemünde.
Al final del recorrido esperaba el autobús que había de llevar a los pasajeros al barco que nos esperaba para iniciar el crucero.
El Monarch es un barco de tamaño medio. Son 268 metros de eslora por 32 metros de manga y 73.937 toneladas, que viaja a una velocidad de 19 nudos. Dispone de 12 cubiertas y una capacidad de 2333 pasajeros en sus 1193 camarotes dobles, algunos de ellos equipados con literas para niños. La tripulación está formada por 803 profesionales que garantizan en todo momento la plena satisfacción de los pasajeros. Teatro, casino, guardería, rocódromo, gimnasio, 9 bares, 5 restaurantes, sala de cine, 4 piscinas, 2 jacuzzis, spa, salones de belleza, tiendas, discoteca, etc.


Tal como estaba previsto el Monarch soltó amarras a las 22 horas, camino de Estocolmo, capital y ciudad más poblada de Suecia. Toda la noche y día siguiente a bordo para llegar a ese primer destino en cuyo puerto estaríamos dos días. A primera hora iniciamos la primera excursión por Estocolmo. Interesante visita del Palacio de Drottningholm, sede de la realeza sueca. Indescriptible, como no podía ser de otro modo, la ostentosa riqueza de las diferentes estancias y jardines del mismo.
Acto seguido visita al Museo Vasa, que alberga el barco de guerra que se hundió en 1628 y que permaneció en el fondo del mar, a 30 metros de profundidad, durante 328 años. Era el más espectacular construido hasta la fecha y llevaba 120 toneladas de piedras como lastre, pero no fueron suficientes debido a su altura. Una ráfaga de viento lo escoró a los 300 metros de su botadura. Ese hundimiento en el fango de un mar con tan poca sal, hizo que se conservara hasta hoy. Se localizó en 1956 y para izarlo se extrajeron previamente sus 61 cañones de una tonelada de peso cada uno. Cables unidos a potentes grúas lo elevaron a la superficie. El segundo día en Estocolmo decidimos descansar, renunciando a la excursión programada.


A media tarde del martes día 2 de Agosto el Monarch salía del puerto de Estocolmo camino de Tallín, capital de Estonia, donde atracaría a la mañana siguiente. La visita fue breve pero una de las más agradables del viaje, quizás porque poco esperábamos de una ciudad tan poco conocida y de tan pequeñas dimensiones. Estonia es una República poblada por poco más de 1,3 millones de personas y Tallín, su capital, apenas si llega a los 400.000 habitantes. Sin embargo la guía, con buen criterio, nos contó su historia en tiempos soviéticos y nos mostró su Parlamento, la parte medieval de la ciudad y sus catedrales Ortodoxa y Luterana. La visita terminaba en la plaza del Ayuntamiento y para suerte de los viajeros, el miércoles era día de mercado. Naturalmente había muchos puestos de curiosos souvenirs y abundantes terrazas en las que degustar sus platos típicos. 


Regreso al barco y por la tarde salida hacia San Petersburgo. Sorprendente rigidez de las autoridades rusas a unos viajeros que no tienen otra pretensión que visitar sus principales monumentos y dejarles una buena cantidad de divisas. En esta ciudad el Monarch también quedaba amarrado durante dos días. No podía ser menos. 
En primer lugar visitamos la fortaleza y catedral de San Pedro y San Pablo, punto en el que nació la ciudad y lugar de enterramiento de los diferentes zares rusos y, por supuesto, también la de Nicolás II y toda la Familia Romanov. 
Seguimos con la iglesia ortodoxa del Salvador de la Sangre Derramada, lugar donde fue asesinado el zar Alejandro II. Por la tarde, tras una comida típica en restaurante ruso, visitamos L'Ermitage o Palacio de Invierno, junto al río Nevá, residencia de los zares rusos entre 1732 y 1917. No sé que puedo decirles de un palacio-museo que contiene nada menos que 3 millones de obras de arte; pinturas, esculturas, relojes, lámparas y toda clase de objetos de arte de todos los tiempos y nacionalidades, incluido el arte funerario egipcio. 
Recorrido pictórico de todas las familias de los zares, sus muebles, los juguetes de sus hijos. Reúne la afición por el arte de muchos de los zares rusos y muy especialmente de Pedro I el Grande. Salas de todos los más famosos pintores, incluidas las salas dedicadas a la pintura española. No descubro nada nuevo si digo que es el museo más famoso y más grande del mundo. Poner la fotografía de cualquiera de sus salas sería desmerecer a otras, motivo por el cual dejo solo la de su fachada.
Para el día siguiente quedaba la guinda del pastel, dos visitas quizás todavía más agradables y grandiosas, si cabe, que las del día anterior: el Palacio de Catalina o Palacio de Verano acoge entre miles de objetos del arte más exquisito el 'Salón Ámbar' por estar decoradas sus paredes con este material precioso (resina fosilizada de 30 millones de años de antigüedad) extraído del mar Báltico. Los propios marcos de las breves pinturas que decoran la habitación están formados por incrustaciones del mismo material. Solo tres minutos para contemplar esta maravilla, debido a la enorme acumulación de visitantes. La mayor parte de las salas están vigiladas permanentemente por mujeres mayores a las que resulta imposible arrancar una sonrisa.

A 29 Km. de San Petersburgo el Palacio de Pedro I el Grande, o Palacio Peterhof, no es menor a todo lo anterior ya que todas las maravillas que incluye están rodeadas por 250 hectáreas de jardines y más de 150 fuentes repletas de oro y gran espectacularidad, incluyendo cuatro 'fuentes sorpresa', decenas de surtidores apenas visibles que disparan el líquido elemento cuando se pisan determinadas piedras. Una de estas fuentes está situada en todo lo ancho de uno de los paseos, en mitad de las grandes alamedas, y sus más de cien chorros se disparan desde ambos lados a todas las horas (en punto) del día con una duración de cinco minutos. Los paseantes que no conocen esta curiosa fuente quedan pillados en medio de un diluvio de unos cincuenta metros de longitud y sin otra posibilidad de escape que correr bajo el agua que lo inunda todo.


Esta gema del arte barroco, denominada 'el Versalles Ruso', recoge todo el lujo y arte imaginables en el mundo de siglos pasados de gloria y poder. Cientos de salones, a cual más rico y majestuoso, transporta al visitante a épocas pasadas de un imperio que dominaba 22 millones de Km2. y concentraba toda la riqueza que de ellos emanaba. Naturalmente aquello había de tener un final y éste llegó con la Revolución Rusa de 1917 y el derrocamiento de Nicolás II, último de la Dinastía Romanov en el poder desde 1613, tres décadas después de la muerte de Iván IV el Terrible. Toda la familia Romanov y sus cuatro sirvientes fueron asesinados por los bolcheviques en la madrugada del 18 de Julio de 1918 en el sótano del palacio Ipatiev donde estaban presos desde el mes de Abril del mismo año.


Cumplidos los dos días en San Petersburgo y visitadas sus más importantes joyas artísticas, que no todas ni muchísimo menos, el Monarch partía a las 19:00 h. hacia el último de los destinos del viaje. Helsinki, capital de Finlandia, se abría a nuestra curiosidad en una más de las excursiones programadas. La última de ellas y la más breve y escaso interés. El guía era en este caso un joven sevillano que, siguiendo el programa previsto nos brindó una visita panorámica de la ciudad y nos llevó a visitar la Catedral Blanca, espectacular en su exterior pero totalmente sobria, vacía diría yo, en su interior. No había tiempo para más y el mismo autobús ya nos dejó en el aeropuerto internacional de Helsinki, desde donde partía el avión de regreso a las 14:00 h. Después de tres horas y media aterrizábamos en el Prat de Llobregat (Barcelona) donde quedaba una última aventura, la de encontrar unos vehículos dejados en un aparcamiento para miles de ellos, sin tomar nota de su ubicación. Los encontramos tras media hora de búsqueda y con algunas palpitaciones. Ahora empiezan las verdaderas vacaciones...

RAFAEL FABREGAT

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