9 de agosto de 2016

2162- CUENCA TAMBIÉN EXISTE.

Hoy toca hablar del interesante Castillo de Alarcón, ubicado en el municipio del mismo nombre y situado a 87 Km. al sur de la ciudad de Cuenca. No es una provincia de la que se hable en demasía, pero ubicada en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha hay numerosas razones obligan a visitarla con una cierta frecuencia pues es mucha su belleza y todavía más sus singularidades. Una de ellas es el pueblo de Alarcón, de apenas 150 habitantes y muy especialmente su castillo morisco, punto central de las fortificaciones que rodean esta pequeña villa conquense, ya habitada en tiempos de los Iberos y Romanos. Sin embargo fueron los musulmanes quienes la introdujeron de lleno en la Historia.

Por su término municipal pasa el río Júcar y un poco más arriba del municipio está situado el llamado Pantano de Alarcón. Sin embargo el Castillo constituye una de sus principales atracciones. Se trata de una fortaleza medieval construida por los musulmanes en el siglo VIII y conquistada posteriormente por Alfonso VIII de Castilla el año 1184. Destaca la majestuosidad de la Torre del Homenaje, obra de Juan Pacheco levantada en 1460. Tras décadas de completo abandono en 1963 fue expropiado y restaurado por Turespaña, abriendo sus puertas tres años después como Parador de Turismo. Castillo y villa se asientan sobre el promontorio situado en un meandro que forma el río Júcar y que convierte el enclave en lugar inexpugnable. Sus muros albergaron al duque y príncipe de Villena y señor de un sinfín de primeras plazas y lugares.


Como plaza fortificada, Alarcón fue cabeza de una de las regiones del Señorío de Villena y su patrimonio monumental es de todo punto excepcional en un enclave de tan reducidas dimensiones. El Ayuntamiento, el Palacio de los Castañeda y la Casa de Villena, se unen al amplio patrimonio religioso. La iglesia de Santo Domingo de Silos, la de San Juan Bautista, la de la Santísima Trinidad, la de Santa María del Campo y la ermita de Santa María de la Orden. No es de extrañar que la villa fuera declarada en 1981 Conjunto Histórico-Artístico. Santo Domingo de Silos fue construída a finales del siglo XII aunque son pocos los elementos románicos que han sobrevivido al paso del tiempo. La portada, ya ligeramente apuntada, es uno de los pocos elementos originales ya que su interior fue restaurado en los siglos XV y XVI con influencias góticas.


El Castillo de Alarcón perteneció primeramente al emirato de Córdoba. Tras la ruptura del califato y su desmembramiento en Taifas quedó subordinado a Toledo y fue escenario de sus muchas pugnas internas. En 1184 Fernan Martínez de Ceballos, capitán de las tropas de Alfonso VIII de Castilla lo sitió durante nueve meses, conquistándolo finalmente. A partir de ese momento le fue concedido fuero propio y se le otorgaron en señorío los territorios circundantes. Se cuenta que en determinado momento el señor del castillo tenía una hermana joven y hermosa que uno de los señores de la vecindad pretendía pero, famoso por su mala vida, fue echado sin contemplaciones. Rencoroso se propuso matar al señor y secuestrar a su hermana, pero de todo ello fue enterado el señor del Castillo y los criados se anticiparon al intrigante acabando con su vida y mezclando su cuerpo con la argamasa que estaban preparando para unas obras en la muralla. Desde entonces los muros que rodean la población quedaron teñidos de sangre, hoy manchas negras y rojizas en la argamasa. 


Como se ha dicho anteriormente, el Castillo de Alarcón es en la actualidad un Parador Nacional de primer orden. Allí donde se libraron mil batallas y tomaron cuerpo las intrigas y leyendas, hoy puede ser habitación y lugar de acogida de cualquiera de nosotros. Un lujo de cuatro estrellas prácticamente asequible para cualquier bolsillo.
Son las cosas de la España actual. Dormir en la almena de un castillo ya no es privilegio de nobles, sino de cualquiera que pueda pagar los 130 € que cuesta la habitación, con cena especial y desayuno incluidos. Un módico precio para cualquier persona de clase media que quiera darse ese capricho. Y hasta para los de clase baja... ¡que un día, es un día!.

RAFAEL FABREGAT


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