23 de enero de 2017

2327- REFLEXIONES DE UN ENTERRADOR.

No pasa nada, pero los primeros días son duros. Es tiempo de crisis, de poco trabajo y muy mal pagado. Un día ves un anuncio en el que hay dos plazas de enterrador y te lanzas en la confianza de que para oficio tan desagradable habrá pocos opositantes, pero te equivocas. Cuando llenas tu petición en el Ayuntamiento, alguien te dice con una sonrisa que tu número es el 187 y tu, que pensabas que eras el más desgraciado y único aspirante a tan desagradable trabajo, respiras aliviado al ver que como tú hay muchos más y quizás peor parados. No sabes si alegrarte o ponerte a llorar, cuando te avisan de que te han concedido la plaza solicitada...

Aunque ninguno de los clientes se queja, trabajar con los muertos no es nada agradable, más por los vivos que por los difuntos. Como en tantas cosas, es cuestión de acostumbrarse. Como trabajo está bien, pues últimamente se cavan pocas tumbas y con ello se elude el duro trabajo de cavar y el hecho de encontrarte con las calaveras de aquellos que murieron años atrás, recogiendo y sacando aquellos huesos que un día estuvieron repletos de ilusiones y vida. Es mejor no pensar, pues al final todos acabaremos ocupando su lugar. Verlo te ayuda a darte cuenta de lo efímero de una vida que debemos aprovechar al máximo, en la medida de nuestras posibilidades. 

Es por ello que, para ejercer este oficio, hayas de tener la cabeza en su sitio. No es fácil llegar a casa con una sonrisa, después de ver como una madre deja allí a uno de sus hijos... Después, con los años, uno acaba inmunizándose pues en una gran ciudad ese o parecidos ejemplos se dan todas las semanas, sino cada día del año. Como he dicho antes, los primeros días son los más duros pues cada cual tiene una idea de la muerte y allí te enfrentas a la auténtica realidad. A muchos les afecta en su carácter y algunos incluso pierden su religiosidad cuando recuerdan palabras referentes a la resurrección de los muertos. Una tumba no es para siempre y menos aún un nicho. Lo que se compra son derechos temporales. ¡Pobres muertos...

Menuda bacanal si un día se levantaran todos a la vez, especialmente los que son desenterrados y no tienen otro destino que acabar quemados en un rincón del cementerio... Afortunadamente a todo se hace uno y, al igual que (dicen) ocurre en Las Vegas, cuando marchas a tu casa, lo que pasa en el cementerio se queda en el cementerio. Menos mal. De todas formas, siendo fea, la palabra enterrador es suave porque no se ajusta a la realidad. Los que ejercen este oficio, más que enterradores, son desenterradores. Lo cual es mucho más grave y desagradable... Llega un momento en el que los cementerios se llenan y para que entren unos, otros han de salir. Mientras hay hijos y nietos se renueva el derecho para estar allí, pero llega un momento que nadie se acuerda de ti, ni quiere pagar para que te dejen tranquilo.

Cuando llega ese momento, llega también el momento más duro de este oficio. Es el momento de desenterrar, algo en lo que pocos piensan pero que es lo más desagradable, para quien ejerce esta profesión y para quien tiene la (mala) costumbre de pensar que algún día se verá en esa situación. Ya sabemos que cuando te mueres nada puede importarte pero yo, que todavía estoy vivo, me pregunto por qué no dejamos tranquilos a los muertos. No es solamente hoy, por estar escribiendo sobre ello, sino que lo pienso cada vez que veo trabajos de arqueología. ¿Por qué hay de sacar a las momias y exponerlas en un museo?. ¿Acaso cuando vivían pidieron tales traslados?. En mi opinión no hay derecho a que hagan cosas así. Si se acaba el cementerio, que lo amplíen o que construyan otro pero, ¡que dejen tranquilos a los difuntos!. 

RAFAEL FABREGAT

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